abril 2020 - Revista Cahuide

jueves, 23 de abril de 2020

Nuestro-eterno y deficiente-sistema de salud
abril 23, 20200 Comments

Imagen que contiene el arte final de la campaña de prevención de Coronavirus. Se incluye la identidad gráfica del Ministerio de Salud.

Tal cual como sucede con la educación, el sector salud siempre ha sido uno de los talones de Aquiles del Perú. Una ladilla incisiva que impide la consolidación de eso que llamamos progreso. Es cierto que, en los últimos años, la bonanza económica impulsada desde el 2007 dio ciertos frutos. En lo que respecta a la educación, es posible apreciar modernas estructuras en las instituciones emblemáticas (principalmente en zonas urbanas), mejores sueldos a los maestros, la consagración de los Colegios de Alto Rendimiento y una ligera mejora en el ranquin internacional en cuestiones básicas como comprensión lectora, análisis matemático y ciencias[1]. No obstante, Roma no se construyó en un día y es necesaria más capacitación a los profesores, dotar a las instituciones escolares de las zonas rurales con tecnología de comunicación y acceso a internet, estructuras eficientes y adaptadas al entorno natural, educación intercultural y bilingüe orientada en particular a los numerosos y desperdigados pueblos indígenas de nuestra patria, entre otros aspectos.

Empero, si el asunto de la educación actual siempre ha sido una tarea pendiente y uno de nuestros obstáculos que socavan un desarrollo constante y palpable para la patria (educación que en algún momento tuvo un nivel respetable como en la época de la Primavera Democrática y hasta inclusive durante la 1 fase de la Junta Militar; no, no soy velazquista); ¿qué podemos decir del sector salud? No muchas cosas más agradables, desde luego. En mi opinión, el Gobierno, con todos sus errores y desaciertos, actuó con responsabilidad desde que el primer caso de coronavirus se confirmó en el Perú el pasado 6 de marzo. No obstante, las cifras, que en los primeros días iban dentro del promedio normal, terminaron por dispararse e incrementarse a niveles insospechados. Al 23 de abril del 2020, el Perú es el segundo país de Sudamérica en contagiados. Si bien se ha dicho y especulado en los medios y redes sociales que la responsabilidad es de las personas que no tienden a cuidarse y se exponen e incumplen el resto de normas dictadas desde que empezó la cuarentena; en realidad, sostengo, que la verdadera causa de este incremento en número de contagiados se debe al pésimo nivel del sector salud, tanto a nivel organizacional, como en bienes e infraestructura. Dicha suma acabó por postrar al país ante un enemigo invisible y microscópico que ni siquiera ostenta el título de ser considerado un ser vivo (¡vaya humillación!).

Desde luego, esto no es responsabilidad absoluta del gobierno del presidente Martín Vizcarra. Es un fenómeno de larga data y que nos ha perseguido en todo el devenir histórico de la república. Siempre creímos que bastaba una estructura cercana a casa para así poder llegar a tiempo ante algún percance en nuestra salud; así como profesionales más instruidos sobre quienes recae la responsabilidad de velar por la vida. Empecemos por la parte estructural la cual, si bien no es escasa en el país, se halla centralizada en Lima y pierde toda efectividad en un país donde las barreras geográficas y culturales siempre han sido la piedra en el zapato. Asimismo, nunca es suficiente ya que todo nosocomio tiene un límite de capacidad, en particular en lo que refiere al espacio en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), donde en las últimas semanas arribaron pacientes no solo contagiados por coronavirus, sino a causa de las siempre presentes y variopintas patologías o accidentes que padece un ser humano. A eso hay que sumarle los bienes necesarios como los respiradores, de los cuales no hay suficientes para preservar la vida del infectado, conduciéndolo hacia una rápida mejoría. Finalmente, el contrato de muchos médicos extranjeros (principalmente venezolanos y que despertó una oleada de los típicos comentarios xenofóbicos en los asiduos a las redes sociales), reveló que el país adolecía de suficientes médicos preparados para resistir una pandemia.  

Ahora debemos examinar otro punto interesante: las estructuras inexistentes. Sí, esos hospitales que nunca fueron y cuya ausencia se siente muy bien en las barriadas de los conos de Lima o en la mayor parte de las zonas rurales a lo largo y ancho del país. ¡No es ninguna novedad!, pues, cuántas veces un pariente, amigo o conocido enfermo ha tenido que desplazarse horas y días hasta el nosocomio más cercano y, una vez allí, esperar en los pasillos hasta que haya disponibilidad en las camas porque la capacidad quedó rebasada. Este aspecto es el que ningún Gobierno ha atendido, ni siquiera el último (tengamos en cuenta que el coronavirus empezó a asomarse en las noticias con más fuerza desde finales de diciembre del 2019 y se le vio como un fenómeno lejano y se le subestimó). No, nunca ha existido ningún plan de contingencia. Y si lo hubo, la actual crisis revela que fue ineficiente. Tal parece que la bonanza económica solo sirvió para que los peruanos se endeuden a través del crédito, paguen un colegio o universidad más cara, compren un televisor más grande o llenen las arcas de los políticos siempre mal elegidos por nosotros mismos. Esto último, es pertinente pues, ¿nadie se acuerda ahora del “faenón” que implica para varios funcionarios públicos (coludidos con malos profesionales), una obra de grandes proporciones a la cual se multiplica los millonarios precios de su construcción antes de iniciarla o en el transcurso de esta? Verbigracia: el Hospital II de Moyobamba, el cual tardó en concluirse unos 2 mil 168 días. ¿Se empezará a explotar los colmillos de marfil de este elefante blanco a raíz del coronavirus o se gastará 140 millones más en equipos y muebles?

Eso me lleva a otra incertidumbre: ¿es necesario que exista un plan de contingencia frente a lo que es un derecho? Es decir, el derecho de gozar de un buen sistema de salud, humano, atento y eficiente; ora en tiempos de crisis, ora en tiempos de bonanza y avenencia. Salvaguardar la buena salud de una nación en caso de desastres jamás debe considerarse un favor que el Gobierno de turno nos hace. Mucho menos algo que se deba preparar en última instancia. Tal postura se puede extrapolar a diferentes esferas y ámbitos de nuestra realidad republicana reciente: los huaycos e inundaciones que azotaron la costa del país hace tres años también nos refregaron por la cara aquel quimérico e hipotético progreso del que tanto se ufanan y jactan los gobernantes o las familias burguesas, donde nunca falta una comida abundante o un buen televisor para gozar del moderno circo romano (el fútbol). Definitivamente, no importa cuántas extensiones de cuarentena más vengan, siempre estaremos poco preparados. Y no solo en el sector salud, sino tal parece a la hora de afrontar retos educacionales y académicos o de pervivir frente a algún desastre natural. Esperemos que, para los que salgamos vivos de esta, nos sirva de ejemplo para optar por gobernantes más competentes y que miren hacia el futuro, sin planes demagógicos con tintes románticos. Provecho hasta el 10 de mayo, coterráneos…


Tupamaru Olaya
Chachapoyas, 23 de abril del 2020



[1] Ver resultados Prueba PISA en: http://umc.minedu.gob.pe/resultadospisa2018/

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