Quizá esa sea la pregunta que más nos hacemos los propios
latinoamericanos. En efecto, si bien gran parte del mundo trata de analizar los
acontecimientos y hechos de estos últimos meses que, como hogueras en pedido de
auxilio se encienden en las diferentes capitales de nuestro continente, no cabe
la menor duda de que somos nosotros, los protagonistas directos e indirectos,
los primeros en interrogarnos acerca del por qué las grandes olas. No hace
falta ser muy sabio ni manotear varios diarios o libros para hallar la
respuesta. El origen único (cada quién puede llamarle como le plazca) de la
violencia y las exigencias de estas mayorías está enraizado en la siempre
asignatura pendiente de los países “en vías de desarrollo”: justicia social.
Ahora bien, el término parece demasiado macro para ser
reducido al análisis de un artículo de opinión, pero es indispensable brindarle
tal magnitud. Hace c. 200 años la mayoría de los países latinoamericanos
comenzaron un proceso independentista que desembocó en el establecimiento de
jóvenes e inmaduras repúblicas con frágiles democracias. Sin embargo, hasta la
actualidad, y aunque resulte vergonzoso reconocerlo, las estructuras políticas,
sociales y económicas de los países latinoamericanos se han adaptado a las
circunstancias de los tiempos, pero escasas veces a las exigencias de los
pueblos. Por consiguiente, a pesar de hallarnos ad portas de una nueva década
(empieza en el 2021), la eternamente postergable solución a los problemas y
reclamos de pueblos indígenas y las grandes mayorías, no ha encontrado eco en
los gobiernos latinoamericanos; ni en los de la siempre negada y descarada
“derecha”, ni en los bienintencionados regímenes de izquierda (que, vale la
pena ser honestos, han llegado al poder en escasas ocasiones y rara vez se
fueron por la puerta grande).
Resumen de las exigencias tradicionales: mejores salarios que
vayan con mejores puestos de trabajo; servicios básicos de calidad en materia
de educación y salud (bibliotecas, colegios y hospitales); infraestructura para
el desarrollo no solo destinada a las grandes corporaciones (carreteras,
alumbrado público, etc.), competencia equitativa y justas para las
microempresas y las trasnacionales, así como las nacionales y extranjeras; un
uso adecuado del poder (un asunto que siempre da para conversar horas y horas
con los amigos); la corrupción enquistada en la citada política y que parece ya
un tumor sin posibilidad de extirparse (el bajo nivel de corrupción en Chile y
Uruguay mostrado en los últimos años, así como los recientes hechos acaecidos
en Perú-los últimos 2 años para ser sinceros-donde se combate a la clase
política tradicional encarnada en, curiosamente, los partidos más populares de
ese país; parecen ser la excepción); la incurable delincuencia; and so on. A esta
prolongada y dilatada falta de soluciones para temas esenciales, debemos
agregar otros tan complejos, relativamente nuevos y mucho más amenazantes en
cuanto a consecuencias nefastas en la economía ciudadana, la conciencia
colectiva y la identidad cultural; entre ellos tenemos: el narcotráfico, la
tala ilegal, la minería ilícita, el terrorismo arcaico al estilo SL, la
violencia exacerbada contra las mujeres y la respuesta más exacerbada de los
grupos feministas, los escándalos de Odebretch, entre otros.
La chispa se encendió en Venezuela hace un par de años ya.
Resultó no solo en una crisis dentro de su territorio sino en la migración
regional más grande de la historia latinoamericana a otros países vecinos, con
todo los beneficios y daños que esto involucra. A diferencia de otros países,
el patético gobierno corrupto y necio dirigido primero por Chávez y luego por
su “Robin” de turno, Maduro, llevó a un éxodo venezolano que se percibe en todo
el orbe. Hace tan solo 20 años, Venezuela era un país bien posicionado, aunque
ya se asomaban y cernían sobre su casta política (ya con Chávez en el poder),
lo cual nos refleja que en ciertos casos hay que esperar para que la llama
recorra toda la mecha y llegue a estallar la dinamita. Pese a ello, fue el 2019
cuando los conflictos se sucedieron unos a otros con una velocidad preocupante
y pocas veces vista. Brasil, Ecuador, Argentina, Perú, Chile y Colombia.
La(s) razón(es), humildemente, se ha intentado sintetizar
líneas más arriba. En sí, tras 200 años de injusticia social y de clases
políticas enquistadas en el poder como si se tratase de una especie de
simbiosis parasitaria del mundo social, el pueblo dijo basta. Si bien, no es la
primera vez, el 2019 trae algunas características nuevas que vale la pena
señalar:
- Nunca se han producido hechos tan violentos, súbitos (es decir, no fue parte de una agenda como una huelga) ni sucesivos en la región.
- Pese a la infaltable
represión brutal de las fuerzas coercitivas del Estado, en esta ocasión no
lograron amedrentar a las personas. Víctimas hay y seguirá habiendo
lamentablemente. Pero, gracias a las tecnologías de la comunicación, hoy en día
es posible obtener la información en tiempo récord, lo cual otorga una ventaja.
Los “tuertos” chilenos, ciudadanos de a pie que manifiestan no arrepentirse de
los reclamos; así como los indígenas bolivianos (todos héroes anónimos), jamás
serán olvidados y son los estandartes de la lucha.
- Tal parece que esta vez no
se trata de si el gobierno es de derecha o de izquierda. El caso del
izquierdista Evo Morales y la fascista ultra-conservadora (¿hacía falta
agregarlo?) Jeanine Añez, parecen retratar la situación. El pueblo boliviano se
tambalea y tira de la cuerda aquí y allá, pero no tolera la impunidad y la
corrupción. No se trata de elegir bandos. Primero, se erigió contra Evo
Morales, un personaje que, como indígena, se autoproclama salvador de estos.
Sin embargo, su manipulación en las últimas elecciones fue la gota que derramó
el vaso. Cuando Morales reaccionó era demasiado tarde: había perdido la fe de
gran parte del pueblo boliviano. Intentó la represión (y es que a los que aman
el poder se les olvida sus mandatos que los guiaron hasta él), pero las Fuerzas
Armadas también se negaron a apoyarle y le sugirieron abandonar. Para algunos
es suficiente para llamarle Golpe de Estado. Puede ser, pero solo fue un
eufemismo propicio para cubrir su corrupción pues Almagro (representante en la
OEA) no le apoyó en su descarado fraude ni tampoco la soldadesca. El pueblo
esperó una transición sana, pero la renuncia de sucesivas autoridades condujo a
Bolivia hasta la citada Añez. Y la historia se repite. Las masas, sea cual sea
la facción que elija o apoye, se levanta, y eso es lo rescatable. Pero, en esta
ocasión, hay que reconocerlo, no se yergue ante un régimen que representa a las
mayorías (como el de Evo) ni caracterizado por su anti tradicionalismo, sino
ante un fascismo andino nova mundo patético, que tiene en las sombras uno de
los poderes no políticos, (pero que hacen política), más tradicionales y
espeluznantes del mundo: las iglesias (eso da para otro artículo).
- Perú. El país que me vio nacer al igual que a muchos de ustedes. Desde hace aproximadamente dos años, vivimos una verdadera revolución democrática que afecta los pilares de la tradicional clase política corrupta nacional. Curioso e irónico que esto haya empezado desde representantes (todos seres humanos sencillos, comunes y corrientes) del Poder Judicial, quizá uno de los más desprestigiados de nuestra historia. ¿Nombres? Richard Concepción Carhuancho, Rafael Vela y Domingo Pérez Luna, estos dos últimos encargados de llevar a adelante el caso LavaJato en Perú (que tiene su raíz más profunda en Brasil, 2014), Por primera vez, en la historia republicana, los peruanos son testigos de ver la condena a sus principales exlíderes políticos y sus respectivas organizaciones. Resultados: uno con pedido de extradición, otro muerto por mano propia al entender que sus anticuadas mentiras tenían patas cortas, un par más con prisión preventiva. Empero, me quedó con una máxima: el desprestigio total de los partidos y clases políticas tradicionales. A pesar de que las funciones desde el Poder Judicial y sus representantes mencionados no han sido perfectas, debemos comprender que se trata de un hito en nuestra historia. ¿Será esta la ocasión para decir que aprendimos la lección o solo es un break orientado por juventudes rebeldes y personas con un acceso más rápido a la información? Es una chance antológica para ser un ejemplo en la región y ya se han recibido los primeros elogios. No obstante, de nada servirán estos avances si en un futuro de mediano plazo no se presentan alternativas políticas respetables con una preparación exhaustiva y madura. Y, en nosotros, también representa mantener y preservar cierta madurez política, de esa manera se podrá salir del abismo. Solo el tiempo hablará, aquel gran sabio que pone a cada rey en su trono y cada payaso en su circo.
- Finalmente, llegamos a Colombia, un país que hacía las últimas semanas del 2019, se contagió del espíritu rebelde y reclamón de sus pares latinoamericanos. Los pedidos eran los mismos o similares: desde justicia a las violaciones contra líderes indígenas o poblaciones vulnerables (vale la pena aquí mencionar el caso de las 8 niñas desaparecidas), más presupuesto para la educación, el aparente retroceso del actual gobierno de Iván Duque (pro-Uribe) en los arreglos de la paz con las FARC, el narcotráfico, la tala ilegal y otros problemas relacionado a fenómenos ilícitos, reformas laborales inadecuadas, muerte de líderes sociales…etc.
El 2020 acaba de empezar y esperemos que esta ola de reclamos
por parte de las masas sudamericanas (pocas veces visto de un modo tan súbito,
continuo y ciertamente exitoso en los últimos quinquenios), no quedé en el
olvido o la simple anécdota. Que sea el principio para un cambio verdadero
cuando queda menos de un año para iniciar la tercera década del siglo XXI.
Chachapoyas, 6 de enero del 2020.
Fuente de la imagen: http://bit.ly/306sWen
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