¿Qué le pasa a Sudamérica? Parte 1 (Mirando hacia los últimos meses del 2019) - Revista Cahuide

lunes, 6 de enero de 2020

¿Qué le pasa a Sudamérica? Parte 1 (Mirando hacia los últimos meses del 2019)




Quizá esa sea la pregunta que más nos hacemos los propios latinoamericanos. En efecto, si bien gran parte del mundo trata de analizar los acontecimientos y hechos de estos últimos meses que, como hogueras en pedido de auxilio se encienden en las diferentes capitales de nuestro continente, no cabe la menor duda de que somos nosotros, los protagonistas directos e indirectos, los primeros en interrogarnos acerca del por qué las grandes olas. No hace falta ser muy sabio ni manotear varios diarios o libros para hallar la respuesta. El origen único (cada quién puede llamarle como le plazca) de la violencia y las exigencias de estas mayorías está enraizado en la siempre asignatura pendiente de los países “en vías de desarrollo”: justicia social.

Ahora bien, el término parece demasiado macro para ser reducido al análisis de un artículo de opinión, pero es indispensable brindarle tal magnitud. Hace c. 200 años la mayoría de los países latinoamericanos comenzaron un proceso independentista que desembocó en el establecimiento de jóvenes e inmaduras repúblicas con frágiles democracias. Sin embargo, hasta la actualidad, y aunque resulte vergonzoso reconocerlo, las estructuras políticas, sociales y económicas de los países latinoamericanos se han adaptado a las circunstancias de los tiempos, pero escasas veces a las exigencias de los pueblos. Por consiguiente, a pesar de hallarnos ad portas de una nueva década (empieza en el 2021), la eternamente postergable solución a los problemas y reclamos de pueblos indígenas y las grandes mayorías, no ha encontrado eco en los gobiernos latinoamericanos; ni en los de la siempre negada y descarada “derecha”, ni en los bienintencionados regímenes de izquierda (que, vale la pena ser honestos, han llegado al poder en escasas ocasiones y rara vez se fueron por la puerta grande). 

Resumen de las exigencias tradicionales: mejores salarios que vayan con mejores puestos de trabajo; servicios básicos de calidad en materia de educación y salud (bibliotecas, colegios y hospitales); infraestructura para el desarrollo no solo destinada a las grandes corporaciones (carreteras, alumbrado público, etc.), competencia equitativa y justas para las microempresas y las trasnacionales, así como las nacionales y extranjeras; un uso adecuado del poder (un asunto que siempre da para conversar horas y horas con los amigos); la corrupción enquistada en la citada política y que parece ya un tumor sin posibilidad de extirparse (el bajo nivel de corrupción en Chile y Uruguay mostrado en los últimos años, así como los recientes hechos acaecidos en Perú-los últimos 2 años para ser sinceros-donde se combate a la clase política tradicional encarnada en, curiosamente, los partidos más populares de ese país; parecen ser la excepción); la incurable delincuencia; and so on. A esta prolongada y dilatada falta de soluciones para temas esenciales, debemos agregar otros tan complejos, relativamente nuevos y mucho más amenazantes en cuanto a consecuencias nefastas en la economía ciudadana, la conciencia colectiva y la identidad cultural; entre ellos tenemos: el narcotráfico, la tala ilegal, la minería ilícita, el terrorismo arcaico al estilo SL, la violencia exacerbada contra las mujeres y la respuesta más exacerbada de los grupos feministas, los escándalos de Odebretch, entre otros.

La chispa se encendió en Venezuela hace un par de años ya. Resultó no solo en una crisis dentro de su territorio sino en la migración regional más grande de la historia latinoamericana a otros países vecinos, con todo los beneficios y daños que esto involucra. A diferencia de otros países, el patético gobierno corrupto y necio dirigido primero por Chávez y luego por su “Robin” de turno, Maduro, llevó a un éxodo venezolano que se percibe en todo el orbe. Hace tan solo 20 años, Venezuela era un país bien posicionado, aunque ya se asomaban y cernían sobre su casta política (ya con Chávez en el poder), lo cual nos refleja que en ciertos casos hay que esperar para que la llama recorra toda la mecha y llegue a estallar la dinamita. Pese a ello, fue el 2019 cuando los conflictos se sucedieron unos a otros con una velocidad preocupante y pocas veces vista. Brasil, Ecuador, Argentina, Perú, Chile y Colombia.

La(s) razón(es), humildemente, se ha intentado sintetizar líneas más arriba. En sí, tras 200 años de injusticia social y de clases políticas enquistadas en el poder como si se tratase de una especie de simbiosis parasitaria del mundo social, el pueblo dijo basta. Si bien, no es la primera vez, el 2019 trae algunas características nuevas que vale la pena señalar:
  • Nunca se han producido hechos tan violentos, súbitos (es decir, no fue parte de una agenda como una huelga) ni sucesivos en la región.


  • Pese a la infaltable represión brutal de las fuerzas coercitivas del Estado, en esta ocasión no lograron amedrentar a las personas. Víctimas hay y seguirá habiendo lamentablemente. Pero, gracias a las tecnologías de la comunicación, hoy en día es posible obtener la información en tiempo récord, lo cual otorga una ventaja. Los “tuertos” chilenos, ciudadanos de a pie que manifiestan no arrepentirse de los reclamos; así como los indígenas bolivianos (todos héroes anónimos), jamás serán olvidados y son los estandartes de la lucha.


  • Tal parece que esta vez no se trata de si el gobierno es de derecha o de izquierda. El caso del izquierdista Evo Morales y la fascista ultra-conservadora (¿hacía falta agregarlo?) Jeanine Añez, parecen retratar la situación. El pueblo boliviano se tambalea y tira de la cuerda aquí y allá, pero no tolera la impunidad y la corrupción. No se trata de elegir bandos. Primero, se erigió contra Evo Morales, un personaje que, como indígena, se autoproclama salvador de estos. Sin embargo, su manipulación en las últimas elecciones fue la gota que derramó el vaso. Cuando Morales reaccionó era demasiado tarde: había perdido la fe de gran parte del pueblo boliviano. Intentó la represión (y es que a los que aman el poder se les olvida sus mandatos que los guiaron hasta él), pero las Fuerzas Armadas también se negaron a apoyarle y le sugirieron abandonar. Para algunos es suficiente para llamarle Golpe de Estado. Puede ser, pero solo fue un eufemismo propicio para cubrir su corrupción pues Almagro (representante en la OEA) no le apoyó en su descarado fraude ni tampoco la soldadesca. El pueblo esperó una transición sana, pero la renuncia de sucesivas autoridades condujo a Bolivia hasta la citada Añez. Y la historia se repite. Las masas, sea cual sea la facción que elija o apoye, se levanta, y eso es lo rescatable. Pero, en esta ocasión, hay que reconocerlo, no se yergue ante un régimen que representa a las mayorías (como el de Evo) ni caracterizado por su anti tradicionalismo, sino ante un fascismo andino nova mundo patético, que tiene en las sombras uno de los poderes no políticos, (pero que hacen política), más tradicionales y espeluznantes del mundo: las iglesias (eso da para otro artículo).


  • Perú. El país que me vio nacer al igual que a muchos de ustedes. Desde hace aproximadamente dos años, vivimos una verdadera revolución democrática que afecta los pilares de la tradicional clase política corrupta nacional. Curioso e irónico que esto haya empezado desde representantes (todos seres humanos sencillos, comunes y corrientes) del Poder Judicial, quizá uno de los más desprestigiados de nuestra historia. ¿Nombres? Richard Concepción Carhuancho, Rafael Vela y Domingo Pérez Luna, estos dos últimos encargados de llevar a adelante el caso LavaJato en Perú (que tiene su raíz más profunda en Brasil, 2014), Por primera vez, en la historia republicana, los peruanos son testigos de ver la condena a sus principales exlíderes políticos y sus respectivas organizaciones. Resultados: uno con pedido de extradición, otro muerto por mano propia al entender que sus anticuadas mentiras tenían patas cortas, un par más con prisión preventiva. Empero, me quedó con una máxima: el desprestigio total de los partidos y clases políticas tradicionales. A pesar de que las funciones desde el Poder Judicial y sus representantes mencionados no han sido perfectas, debemos comprender que se trata de un hito en nuestra historia. ¿Será esta la ocasión para decir que aprendimos la lección o solo es un break orientado por juventudes rebeldes y personas con un acceso más rápido a la información? Es una chance antológica para ser un ejemplo en la región y ya se han recibido los primeros elogios. No obstante, de nada servirán estos avances si en un futuro de mediano plazo no se presentan alternativas políticas respetables con una preparación exhaustiva y madura. Y, en nosotros, también representa mantener y preservar cierta madurez política, de esa manera se podrá salir del abismo. Solo el tiempo hablará, aquel gran sabio que pone a cada rey en su trono y cada payaso en su circo.
  • Finalmente, llegamos a Colombia, un país que hacía las últimas semanas del 2019, se contagió del espíritu rebelde y reclamón de sus pares latinoamericanos. Los pedidos eran los mismos o similares: desde justicia a las violaciones contra líderes indígenas o poblaciones vulnerables (vale la pena aquí mencionar el caso de las 8 niñas desaparecidas), más presupuesto para la educación, el aparente retroceso del actual gobierno de Iván Duque (pro-Uribe) en los arreglos de la paz con las FARC, el narcotráfico, la tala ilegal y otros problemas relacionado a fenómenos ilícitos, reformas laborales inadecuadas, muerte de líderes sociales…etc.


El 2020 acaba de empezar y esperemos que esta ola de reclamos por parte de las masas sudamericanas (pocas veces visto de un modo tan súbito, continuo y ciertamente exitoso en los últimos quinquenios), no quedé en el olvido o la simple anécdota. Que sea el principio para un cambio verdadero cuando queda menos de un año para iniciar la tercera década del siglo XXI. 


Chachapoyas, 6 de enero del 2020.

Fuente de la imagen: http://bit.ly/306sWen

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