enero 2020 - Revista Cahuide

lunes, 13 de enero de 2020

¿La primera guerra de la década de los veinte del siglo XXI?
enero 13, 20200 Comments





Por: Tupamaru Olaya

A inicios del 2020, las noticias a nivel mundial parecen tener una constante después del hastag: Irán. No es la primera vez que estadounidenses e iranís protagonizan incidentes que llevan al filo las relaciones internacionales y al mundo a la sombra de una nueva guerra cuyas consecuencias podrían ser desproporcionadas. No obstante, interpretar el magnicidio de Qasem Soelimani (era el segundo al mando en la jerarquía político militar iraní), como un hecho aislado no servirá. Para ello, es necesario que nos remontemos más de medio siglo atrás e ir escalando cronológicamente hasta la actualidad.

Hacia la década de los cincuenta del siglo pasado el imperio colonial inglés estaba ya en decadencia. Sin embargo, aún conservaba el control sobre las reservas de petróleo en territorio iraní y en sus alrededores. Pero todo cambió el 20 de marzo de 1951, cuando Mohammad Mosaddeq, primer ministro elegido democráticamente, nacionalizó el petróleo. Como era de esperarse, con apoyo de Estados Unidos y la CIA, el gobierno de Londres orquestó un golpe de estado con éxito.  Mosaddeq fue sucedido entonces por el títere de los angloestadounidenses: Mohammad Reza Pahlavi. Este “sah” gobernó de forma autoritaria y déspota hasta el acaecimiento de la Revolución Islámica en febrero de 1979. Desde luego, durante todo este tiempo su acercamiento y las prerrogativas hacia las potencias occidentales le granjearon toda clase de críticas dentro de Irán y en los países árabes vecinos. El sah se dedicó a reprimir toda oposición a hierro y fuego sin piedad usando a la SAVAK (la policía secreta iraní). Y es en esta Irán que ardía como una olla de grillos donde surgieron personalidades como Ruhollag Jomeini, máximo cabecilla de la oposición. A pesar de que enfrentó persecución y un exilio, tras la citada revolución, Jomeini asumió como el nuevo mandatario de la República Islámica de Irán por la presión popular.

Empero, este acontecimiento no trajo paz al país puesto que, pese a que habían pasado casi treinta años, las acciones del gobierno estadounidense no se habían borrado de la mente de los iraníes. Este resentimiento se materializó en la toma de la embajada de Estados Unidos en Teherán por un grupo de jóvenes estudiantes, un hecho que se prolongó durante 444 días (entre 1979 a 1981) y que mantuvo al mundo al pie de una nueva guerra en la región. Pese a la presión internacional, el gobierno de Teherán ofreció su apoyo a los insurrectos, lo que trajo como consecuencia la ruptura de relaciones con Washington, algo que se prolonga hasta la actualidad. Pero la toma de la embajada no fue el único acontecimiento que mantuvo al mundo en vilo, ya que en 1980 estalló la guerra con Irak, gobernada en aquel entonces por Sadam Hussein (cuyo gobierno recibió el respaldo de Estados Unidos y gran parte de occidente durante la contienda que se prolongó por ocho largos años). El saldo: más de un millón de muertos entre militares y civiles de ambos bandos. Asimismo, en el transcurso del conflicto, se produce la fundación de Hezbolá (en 1985; si bien venía operando desde 1982 de modo informal), brazo político y militar libanés con fuerte respaldo de Irán en cuanto a entrenamiento, logística y equipamiento. Hoy en día, gran parte de las potencias occidentales e Israel, lo consideran como un movimiento terrorista. Conformado por chiítas (mayoría étnica musulmana) surge como una contra respuesta a la invasión judía de aquel entonces. Finalmente, en el año 1988, un buque estadounidense derribó un avión comercial iraní con casi 300 personas a bordo.

La Primera Guerra del Golfo contra Irak, si bien no alivió las relaciones entre ambos países, dio un respiro hasta el 2002, cuando el entonces presidente George W. Bush incluyó a Irán como parte del “eje del mal” debido a un hipotético plan nuclear con fines bélicos que Teherán ocultaba ante el mundo. No hubo intervención militar; empero, con la llegada de Trump al poder parece que las relaciones han dado un nuevo giro. En definitiva, y por todo lo narrado hasta aquí, no es complicado colegir que el asesinato de Soelimani no se trata de una acción fortuita. Es una respuesta contundente desde Washington a la postura siempre intransigente del gobierno iraní, que además ha respaldado a Rusia en Siria y que niega las condenas desde la ONU por presuntos actos de violación de Derechos Humanos, represión a minorías étnicas y la nula libertad de expresión entre sus habitantes. Entonces, ¿qué?; ¿habrá guerra? Pasaron las horas y los días y el presidente Trump, que parecía tener todas las intenciones de iniciar una escalada de hechos que desemboquen en algo más grosso, dio un paso atrás y abrió la posibilidad al diálogo. Esto, tampoco es fortuito, puesto que en noviembre del 2020 acaecerán las próximas elecciones presidenciales estadounidenses y está claro que no le es conveniente crear otra razón para reducir su popularidad. Recordemos que cuando George W. Bush enfrentó el (auto) atentado contra las Torres Gemelas y el inicio de la Segunda Guerra del Golfo, fue a inicios de su primer período. Algo muy estratégico, sin duda alguna.

Antes de finalizar, dejando en claro que desde este escritorio el suscrito desea cualquier cosa menos un conflicto armado, resolveremos la incógnita con la que iniciamos este artículo: ¿por qué murió Soelimani? Según la BBC de Londres y apelando al sentido común, un estratega de tal magnitud (que mantenía a raya a Al Qaeda y El Estado Islámico), tenía los días contados a causa de su genialidad castrense y su relativa buena popularidad. A eso se suma el ataque iraní a una base estadounidense en el último diciembre del 2019, los descontentos de la población con el gobierno de Teherán y ataques de musulmanes a la embajada estadounidense en Bagdad. Pese a que hemos intentado dejar claro los cabos sueltos en este epítome, aún son muchos los que se preguntan si el asesinato debió perpetrarse o no, en particular desde una perspectiva de conveniencia política antes que humana. Asimismo, el asesinato de Soelimani parece haber calado hondo en los corazones de los iraníes y despertado sentimientos patrióticos. En definitiva: perjudicó más a Washington de lo esperado. Recordemos que ya se han registrado dos ataques con misiles a bases estadounidenses (sin víctimas), así como el derribo de un avión comercial ucraniano en cielo iraní al, aparentemente, confundírsele con un ataque aéreo militar yanqui. Entonces, una vez más: ¿habrá guerra? Esperemos que no.

Chachapoyas, 13 de enero del 2020


Fuente de la imagen: http://bit.ly/36S4D6o

Reading Time:

lunes, 6 de enero de 2020

¿Qué le pasa a Sudamérica? Parte 1 (Mirando hacia los últimos meses del 2019)
enero 06, 20200 Comments



Quizá esa sea la pregunta que más nos hacemos los propios latinoamericanos. En efecto, si bien gran parte del mundo trata de analizar los acontecimientos y hechos de estos últimos meses que, como hogueras en pedido de auxilio se encienden en las diferentes capitales de nuestro continente, no cabe la menor duda de que somos nosotros, los protagonistas directos e indirectos, los primeros en interrogarnos acerca del por qué las grandes olas. No hace falta ser muy sabio ni manotear varios diarios o libros para hallar la respuesta. El origen único (cada quién puede llamarle como le plazca) de la violencia y las exigencias de estas mayorías está enraizado en la siempre asignatura pendiente de los países “en vías de desarrollo”: justicia social.

Ahora bien, el término parece demasiado macro para ser reducido al análisis de un artículo de opinión, pero es indispensable brindarle tal magnitud. Hace c. 200 años la mayoría de los países latinoamericanos comenzaron un proceso independentista que desembocó en el establecimiento de jóvenes e inmaduras repúblicas con frágiles democracias. Sin embargo, hasta la actualidad, y aunque resulte vergonzoso reconocerlo, las estructuras políticas, sociales y económicas de los países latinoamericanos se han adaptado a las circunstancias de los tiempos, pero escasas veces a las exigencias de los pueblos. Por consiguiente, a pesar de hallarnos ad portas de una nueva década (empieza en el 2021), la eternamente postergable solución a los problemas y reclamos de pueblos indígenas y las grandes mayorías, no ha encontrado eco en los gobiernos latinoamericanos; ni en los de la siempre negada y descarada “derecha”, ni en los bienintencionados regímenes de izquierda (que, vale la pena ser honestos, han llegado al poder en escasas ocasiones y rara vez se fueron por la puerta grande). 

Resumen de las exigencias tradicionales: mejores salarios que vayan con mejores puestos de trabajo; servicios básicos de calidad en materia de educación y salud (bibliotecas, colegios y hospitales); infraestructura para el desarrollo no solo destinada a las grandes corporaciones (carreteras, alumbrado público, etc.), competencia equitativa y justas para las microempresas y las trasnacionales, así como las nacionales y extranjeras; un uso adecuado del poder (un asunto que siempre da para conversar horas y horas con los amigos); la corrupción enquistada en la citada política y que parece ya un tumor sin posibilidad de extirparse (el bajo nivel de corrupción en Chile y Uruguay mostrado en los últimos años, así como los recientes hechos acaecidos en Perú-los últimos 2 años para ser sinceros-donde se combate a la clase política tradicional encarnada en, curiosamente, los partidos más populares de ese país; parecen ser la excepción); la incurable delincuencia; and so on. A esta prolongada y dilatada falta de soluciones para temas esenciales, debemos agregar otros tan complejos, relativamente nuevos y mucho más amenazantes en cuanto a consecuencias nefastas en la economía ciudadana, la conciencia colectiva y la identidad cultural; entre ellos tenemos: el narcotráfico, la tala ilegal, la minería ilícita, el terrorismo arcaico al estilo SL, la violencia exacerbada contra las mujeres y la respuesta más exacerbada de los grupos feministas, los escándalos de Odebretch, entre otros.

La chispa se encendió en Venezuela hace un par de años ya. Resultó no solo en una crisis dentro de su territorio sino en la migración regional más grande de la historia latinoamericana a otros países vecinos, con todo los beneficios y daños que esto involucra. A diferencia de otros países, el patético gobierno corrupto y necio dirigido primero por Chávez y luego por su “Robin” de turno, Maduro, llevó a un éxodo venezolano que se percibe en todo el orbe. Hace tan solo 20 años, Venezuela era un país bien posicionado, aunque ya se asomaban y cernían sobre su casta política (ya con Chávez en el poder), lo cual nos refleja que en ciertos casos hay que esperar para que la llama recorra toda la mecha y llegue a estallar la dinamita. Pese a ello, fue el 2019 cuando los conflictos se sucedieron unos a otros con una velocidad preocupante y pocas veces vista. Brasil, Ecuador, Argentina, Perú, Chile y Colombia.

La(s) razón(es), humildemente, se ha intentado sintetizar líneas más arriba. En sí, tras 200 años de injusticia social y de clases políticas enquistadas en el poder como si se tratase de una especie de simbiosis parasitaria del mundo social, el pueblo dijo basta. Si bien, no es la primera vez, el 2019 trae algunas características nuevas que vale la pena señalar:
  • Nunca se han producido hechos tan violentos, súbitos (es decir, no fue parte de una agenda como una huelga) ni sucesivos en la región.


  • Pese a la infaltable represión brutal de las fuerzas coercitivas del Estado, en esta ocasión no lograron amedrentar a las personas. Víctimas hay y seguirá habiendo lamentablemente. Pero, gracias a las tecnologías de la comunicación, hoy en día es posible obtener la información en tiempo récord, lo cual otorga una ventaja. Los “tuertos” chilenos, ciudadanos de a pie que manifiestan no arrepentirse de los reclamos; así como los indígenas bolivianos (todos héroes anónimos), jamás serán olvidados y son los estandartes de la lucha.


  • Tal parece que esta vez no se trata de si el gobierno es de derecha o de izquierda. El caso del izquierdista Evo Morales y la fascista ultra-conservadora (¿hacía falta agregarlo?) Jeanine Añez, parecen retratar la situación. El pueblo boliviano se tambalea y tira de la cuerda aquí y allá, pero no tolera la impunidad y la corrupción. No se trata de elegir bandos. Primero, se erigió contra Evo Morales, un personaje que, como indígena, se autoproclama salvador de estos. Sin embargo, su manipulación en las últimas elecciones fue la gota que derramó el vaso. Cuando Morales reaccionó era demasiado tarde: había perdido la fe de gran parte del pueblo boliviano. Intentó la represión (y es que a los que aman el poder se les olvida sus mandatos que los guiaron hasta él), pero las Fuerzas Armadas también se negaron a apoyarle y le sugirieron abandonar. Para algunos es suficiente para llamarle Golpe de Estado. Puede ser, pero solo fue un eufemismo propicio para cubrir su corrupción pues Almagro (representante en la OEA) no le apoyó en su descarado fraude ni tampoco la soldadesca. El pueblo esperó una transición sana, pero la renuncia de sucesivas autoridades condujo a Bolivia hasta la citada Añez. Y la historia se repite. Las masas, sea cual sea la facción que elija o apoye, se levanta, y eso es lo rescatable. Pero, en esta ocasión, hay que reconocerlo, no se yergue ante un régimen que representa a las mayorías (como el de Evo) ni caracterizado por su anti tradicionalismo, sino ante un fascismo andino nova mundo patético, que tiene en las sombras uno de los poderes no políticos, (pero que hacen política), más tradicionales y espeluznantes del mundo: las iglesias (eso da para otro artículo).


  • Perú. El país que me vio nacer al igual que a muchos de ustedes. Desde hace aproximadamente dos años, vivimos una verdadera revolución democrática que afecta los pilares de la tradicional clase política corrupta nacional. Curioso e irónico que esto haya empezado desde representantes (todos seres humanos sencillos, comunes y corrientes) del Poder Judicial, quizá uno de los más desprestigiados de nuestra historia. ¿Nombres? Richard Concepción Carhuancho, Rafael Vela y Domingo Pérez Luna, estos dos últimos encargados de llevar a adelante el caso LavaJato en Perú (que tiene su raíz más profunda en Brasil, 2014), Por primera vez, en la historia republicana, los peruanos son testigos de ver la condena a sus principales exlíderes políticos y sus respectivas organizaciones. Resultados: uno con pedido de extradición, otro muerto por mano propia al entender que sus anticuadas mentiras tenían patas cortas, un par más con prisión preventiva. Empero, me quedó con una máxima: el desprestigio total de los partidos y clases políticas tradicionales. A pesar de que las funciones desde el Poder Judicial y sus representantes mencionados no han sido perfectas, debemos comprender que se trata de un hito en nuestra historia. ¿Será esta la ocasión para decir que aprendimos la lección o solo es un break orientado por juventudes rebeldes y personas con un acceso más rápido a la información? Es una chance antológica para ser un ejemplo en la región y ya se han recibido los primeros elogios. No obstante, de nada servirán estos avances si en un futuro de mediano plazo no se presentan alternativas políticas respetables con una preparación exhaustiva y madura. Y, en nosotros, también representa mantener y preservar cierta madurez política, de esa manera se podrá salir del abismo. Solo el tiempo hablará, aquel gran sabio que pone a cada rey en su trono y cada payaso en su circo.
  • Finalmente, llegamos a Colombia, un país que hacía las últimas semanas del 2019, se contagió del espíritu rebelde y reclamón de sus pares latinoamericanos. Los pedidos eran los mismos o similares: desde justicia a las violaciones contra líderes indígenas o poblaciones vulnerables (vale la pena aquí mencionar el caso de las 8 niñas desaparecidas), más presupuesto para la educación, el aparente retroceso del actual gobierno de Iván Duque (pro-Uribe) en los arreglos de la paz con las FARC, el narcotráfico, la tala ilegal y otros problemas relacionado a fenómenos ilícitos, reformas laborales inadecuadas, muerte de líderes sociales…etc.


El 2020 acaba de empezar y esperemos que esta ola de reclamos por parte de las masas sudamericanas (pocas veces visto de un modo tan súbito, continuo y ciertamente exitoso en los últimos quinquenios), no quedé en el olvido o la simple anécdota. Que sea el principio para un cambio verdadero cuando queda menos de un año para iniciar la tercera década del siglo XXI. 


Chachapoyas, 6 de enero del 2020.

Fuente de la imagen: http://bit.ly/306sWen

Reading Time:
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...